Hace unos días ví un reportaje del deshielo de un glaciar, me pareció impresionante. La gran masa de hielo empieza a resquebrajarse por la parte visible y, al cabo del tiempo, un bloque enorme se desprende con gran estruendo y más salpicaduras de agua, del mar u océano de turno, que lo recibe como si del hijo pródigo de la parábola se tratase. Del agua venimos y en agua nos convertiremos.
Pues bien, el otro día me paseaba por un glaciar de limón -yo sé lo que me digo Paul- sin saber que, minutos más tarde, empezaría a resquebrajarse. Sin más explicación. Debe ser cosa del calentamiento global. Al caer, el trozo desprendido dejó a la vista un hielo limpio, amarillo, con sabor a limón - y un toque de ginebra- un hielo lleno de miedos, de dudas y dolores de estómago. Y es que no es fácil perder una parte de ti, que se resquebrajen las entrañas.
¡Quiero que vuelva!. Busco al bloque de hielo errante.