viernes, 6 de marzo de 2009

Sobre-entendidos.

Ella trataba de demostrar su poder sobre él. Se mantenía lejos de su casa, para que fuera en su busca. Pero él lo echaba a perder llegando demasiado pronto; al rendirse tan rápido, le impedía la satisfacción de saber que la esperaba y que luchaba contra su deseo. Ella decía: "Besa mi mano, Roark". Él se arrodillaba y le besaba los tobillos. Él la derrotaba al admitir su poder; ella no podía disfrutar de tener que forzarlo. Él yacía a sus pies y decía: "Por supuesto que te necesito. Me vuelvo loco cuando te veo, puedes hacer casi cualquier cosa que desees conmigo. ¿eso es loque querías oír?. Casi todo, Dominique. Y me podrías hacer sufrir mucho si me pidieras las cosas que no me podrías olbigar a hacer y yo tuviera que negarme, como lo haría. Dolería como el mismo infierno, Dominique. ¿Eso te agrada? ¿Por qué quieres saber si te pertenezco? Es simple. Claro que sí. Todo lo que te puede pertenecer de mí. Tú nunca demandarás nada. Pero quieres saber si me podrías hacer sufrir. Podrías. ¿Y qué?".
Estas palabras no sonaban como una rendición, porque no eran arrancadas, sino que eran admitidas simple y voluntariamente. Ella no experimentaba la emoción de la conquista, se sentía más poseída que nunca, por un hombre que podía decir esas cosas, saberlas ciertas, y aun así continuar siendo controlado y dominante, como ella quería que fuese.