martes, 18 de noviembre de 2008

Escuchando.

A veces me tumbo
en la cama
con los calcetines puestos.
Saco la almohada de la colcha,
que es algo rugosa.
Me pongo música
con los cascos bien pegados
a mis orejas
y sólo le presto atención
al sonido,
intento no pensar que existe algo más
que eso.
Y entonces,
como por arte de magia,
siento que la música
suena dentro de mi cabeza,
que tengo un altavoz metido dentro,
que sólo hay eso,
un altavoz
dentro de mi cuerpo,
y lo puedo escuchar
gracias a los auriculares.
Un cuerpo hueco.
Y siempre recuerdo el mismo momento,
cuando bailé
a las 4 de la madrugada
con mi botella de suero,
con las luces antipánico de la habitación,
la mitad de mi sangre de paseo
y la otra mitad empeñada
en mantenerme viva,
y yo bailando por el pasillo
con bastante poco ritmo.
Y siempre recuerdo
una de las llamadas
que más vida me dio.
La tuya.
No sabías qué decirme,
pero llamaste
para preguntar qué tal estaba,
para quedarte más tranquilo
al hablar conmigo,
para decirme que me querías
sin palabras.
Porque no sabías qué decirme.
Y yo te quise
en ese momento,
igual que te he querido toda tu vida,
igual que te quería cuando te cambiaba los pañales,
cuando pegaba las tiras siempre mal,
y te los tenía que poner de nuevo tu madre.
Igual que cuando dormíamos juntos
en la cama mueble de la abuela,
o nos comprábamos chicles
de los que tenían pegatinas
y calcamonías.
Te quise en ese momento igual
o más,
aunque no fuésemos los mismos
que los que nos decía el recuerdo.
Te quise abrazar,
lo recuerdo,
quise que aparecieras por la puerta de la habitación.
Te quise igual,
igual que te quise después,
igual que te quiero ahora.
Pero las ganas de abrazarte crecen,
y seguirán creciendo siempre.
Me has vaciado
en un minuto
una noche cualquiera.
Has puesto un altavoz
dentro de mi cabeza
.

Espero que hayas encontrado la paz.

1 comentario:

Paul Varjak dijo...

Holly, te echo de menos, poco a poco se me van olvidando cosas de ti, ayer me sorprendí intentando recordar de qué color eran tus gafas de sol.