La piel es adicta (o cómo desenredar dos hilos sin cagar ninguno de ellos_parte1)
Así de sencillo vino un día a mi mente: la piel es adicta.
Ya lo empecé a sospechar cuando compré hace poco una crema con el título "antiarrugas" en su portada. Al poco, cada día, me ponía un poquito más que el anterior. La piel es adicta, quiere más de todo lo que la vuelva flexible, quiere más mimos. La piel -mi piel- quiere más toqueteo, no hay duda.

Y tu piel, mientras tanto, adicta perdida. Se retuerce perezosa, como recorrida por un suave escalofrío que sacude cada una de sus terminaciones nerviosas al recordar la exacta presión que ejercías sobre ella. Esa mezcla de ternura y fuerza, de deseo de posesión, de desesperación. La caricia que no dolía pero que podía herir porque sabía también reprochar, pero que era absolutamente deliciosa y única. Tu piel, adicta perdida, te grita que vuelvas, que la huella es demasiado poderosa pero sabe también que la presencia era breve, que nunca ha sabido de su efecto.
Y así, en un remolino de sacudidas, de tenerlo claro para después volver a empezar y acabar teniéndolo claro de nuevo y que sea lo opuesto a la vez anterior, sabes que te estás perdiendo, que, por más que luches, ya no eres dueño de ti mismo, que estás totalmente descompuesto.
Y tu piel, mientras tanto, adicta perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario